De un tiempo a esta parte, vengo oyendo con frecuencia alusiones a la hermenéutica de la continuidad y la hermenéutica de la ruptura, refiriéndose a la interpretación del Vaticano II. Y por el contexto deduzco que lo que se quiere decir me parece, a veces, engañoso. ¿Qué es continuidad y qué ruptura?
El Concilio Vaticano II está en continuidad con la Tradición y la doctrina de la Iglesia de los concilios anteriores; es más, no hay mejor interpretación de los Concilios que la doctrina del Vaticano II. Pero veamos un caso concreto, no conflictivo, para intentar precisar qué es continuidad y qué ruptura.
La Constitución Dogmática Dei Verbum, deja bien claro cuál es la naturaleza de la revelación, en continuidad con el Vaticano I, y cuál es la fuente de la revelación, en continuidad con Trento. Empecemos por el más antiguo.
Trento definió que la revelación se contiene en libros escritos (Sagrada Escritura) y tradiciones no escritas. Trento no quiso decir “parte en libros sagrados y parte en tradiciones no escritas”, pero la teología posterior sí lo explicaba como dos fuentes distintas de revelación. Cuando se presenta el primer esquema de la revelación en el Vaticano II, empieza diciendo “De las dos fuentes de la Revelación”, y eso es rechazado por casi dos tercios de los padres conciliares. El texto final dirá exactamente que Tradición y Escritura surgen de la misma fuente, se funden en un mismo caudal y tienden a un mismo fin (DV 9). Son distintas, pero inseparables; de hecho no se puede hablar de una sin la otra: sabemos qué es Sagrada Escritura gracias a la Tradición, y sólo estaremos seguros de lo que pertenece a la Tradición viendo su coherencia con la Escritura.
Y no digamos nada del concepto de Tradición divino apostólica. Trento la explicó como proveniente de Cristo o los apóstoles, que ha llegado a nosotros como de mano en mano y no ha sido escrita. Y la teología posterior la entendió como doctrina o doctrinas que provienen de Cristo o los apóstoles al margen de la Escritura. El Vaticano II no identifica para nada la Tradición con doctrinas, sino que identifica la Tradición con la “doctrina, vida y culto” que sirven para trasmitir lo que la Iglesia cree y es (DV 8).
¿Por qué este cambio? Pues porque para el Vaticano I la revelación son las verdades que Dios ha manifestado acerca del fin último del hombre, y para el Vaticano II la revelación es Jesucristo, en sus palabras y obras, signos milagros, presencia y manifestación, muerte, resurrección y el envío del Espíritu (DV 4).
Algunos no notan mucho la diferencia, pero es decisiva. Para el Vaticano I, la revelación era necesaria para la salvación, hablaba como de dos cosas distintas, la primera condición y camino de la segunda; para el Vaticano II revelación y salvación son lo mismo: al producirse la revelación, que no es una doctrina, sino la persona de Jesucristo, se produce la comunicación con Él, el encuentro, la salvación.
Como consecuencia, la fe no es sólo aceptar verdades, sino, ante todo, la obediencia de la fe: el hombre “se confía libre y totalmente a Dios” ofreciéndole el homenaje de su entendimiento y voluntad. El Vaticano II no desprecia las creencias, ni las verdades reveladas (DV 6) pero pone en primer lugar el aspecto subjetivo de la fe, y la revelación como encuentro-comunicación personal de Dios en Cristo. Las doctrinas, creencias, verdades, pasan a segundo término en los conceptos de revelación y tradición. Por tanto, no vale seguir manejando los viejos conceptos si no se actualizan. ¿Eran verdaderos? Sí, y lo siguen siendo, pero no tan completos como los del Vaticano II. La teología del Vaticano II, más bíblica y más cristológica -entre otras cosas-, ha profundizado, ha enriquecido y ha completado. Si hoy no asumimos lo nuevo del Vaticano II diremos verdades a medias, o menos que a medias. Y si mantenemos esquemas mentales más conceptuales y menos personales, será más difícil que nos entiendan las nuevas generaciones.
Por otra parte, tampoco conviene olvidar –siendo fieles a las enseñanzas del Concilio- que la revelación y la Tradición crecen en la historia (DV 8) y tienen una dimensión escatológica: las vamos conociendo y viviendo cada día más y mejor, hacia delante, hasta que lleguemos al encuentro del Señor.
Y eso ¿en la práctica, qué significa? Pues que según sea la idea de revelación será la predicación, la catequesis, y el modo de vivir cristiano. Si la revelación y la tradición son verdades, la catequesis será más doctrinal, aprender verdades; si la revelación es hacer presente a Jesucristo, la catequesis buscará sobre todo propiciar el encuentro personal con Él: será más bíblica, más antropológica (tendrá en cuenta la experiencia y problemática de los destinatarios), más encarnada en la historia, más testimonial. Cuando en la predicación no se dan respuestas a los problemas de las personas, o no se encuentra ninguna buena noticia, o se tratan ideas (doctrinas) intemporales, estamos lejos del Vaticano II y del evangelio (“el Reino de Dios está llegando a vosotros”).
Y tomarse en serio la Dei Verbum cambiará también la fisonomía de la parroquia y sus quehaceres. El primero y fundamental será la predicación, la catequesis y la enseñanza; y los gastos más importante en eso mismo (más que en ladrillos) y en su versión práctica que es el servicio y la caridad. La revelación en la historia se transmite en el día a día del vivir de las personas, y se responde en la vida (historia) con la palabra y el testimonio de la caridad.
Los padres del Concilio rechazaron por inadecuado (no erróneo o falso, pero sí inadecuado para el siglo XX) el esquema de las dos fuentes porque el concepto de revelación –y el de Tradición- era poco bíblico, poco antropológico, poco histórico, poco eclesial, muy poco cristológico y nada trinitario… y siguieron otro esquema más cercano a la Tradición de la Iglesia y a los Santos Padres, y fiel al magisterio anterior, pero ¡muy distinto! Completaron la perspectiva y lo que era central pasó a segundo término.
¿Qué es continuidad? Tomar el Vaticano II y profundizar en la teología de la revelación y de la Tradición, y en sus nuevos planteamientos; desarrollar las nuevas perspectivas que abrió, abandonar los viejos esquemas, dejar en segundo término las racionalizaciones, memorizaciones y seguridades de los esquemas de otro tiempo, construir una Iglesia que nace de la revelación y no quiere otra cosa que transmitir esa revelación y buen noticia que es Jesucristo.
¿Qué es ruptura? Pararse en el camino y mirar hacia atrás. Buscar modelos pasados de tiempos pasados, añorar doctrinas “definitivas” porque nos parecen más conocidas, atrincherarse en tradiciones que no son la Tradición de la Iglesia, echar el vino siempre nuevo del Evangelio en odres viejos.
1 comentarios:
Magnífica reflexión, y muy oportuna.
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